Promesa. Según el diccionario, quiere decir: "expresión de la voluntad de dar a alguien o hacer por esa persona algo".
Las promesas nos inspiran, nos comprometen, nos elevan.
Especialmente cuando las cumplimos.
Y, ¿cuando no las cumplimos? Podemos sentir que hemos defraudado a esa persona, nos da vergüenza y un peculiar malestar.
Por definición, tuvimos la “voluntad”. Pero algo en nuestro entorno, en nuestro plan o en su ejecución, falló. Es normal, le pasa a todo el mundo, ¿cierto? Si eres como muchos de nosotros, intentarás corregir o compensar.
Esto es, claro, cuando se trata de las promesas que les hacemos a los demás…
Y…¿qué de las promesas que nos hacemos a nosotros mismos?
¿Sentimos el mismo deber y responsabilidad? En mi caso, confieso que, a la hora de la verdad…¡soy la última en mi lista de promesas por cumplir! Me digo (escribo y todo):
En verano voy a hacer ejercicios ____ veces a la semana.
Hoy me propongo______.
Antes de ______ seré / estaré ______.
Haré ______, que sé que me hace bien, ____ veces a la semana. Y lo hago, quizás, por un par de semanas. Pero con la pérdida de impulso, las trabas de la vida y un poquito mi afán por cumplir las promesas hechas a otras personas, termino por no cumplir conmigo.
La buena noticia es que, cada vez que logramos superar obstáculos y nuestras propias excusas para cumplirnos una promesa, vamos internalizando nuevos estándares.
Como con tantos otros comportamientos, la clave está en el hábito.
Naturalmente, es importante ser flexibles y compasivos- las cosas no siempre van a salir como las planeamos. Con saber decir un oportuno "no" y un "sí" con un buen plan, estamos en buen camino.